sábado, 9 de agosto de 2008

Esto es lo que se vive en el IRONMAN de HAWAII




Ironman Hawaii 2006


Escribo mis vivencias en Hawaii. No es una simple crónica de la carrera, incluyo mis reflexiones que me ayudan a entender mejor lo que son estas carreras, a aprender de mis errores y de guardar esta experiencia para recordarla mejor en el futuro. Lo escribo, pues, para mí. Pero creo que a otros también les puede interesar, tanto para conocer un poco más el ambiente y la carrera de Hawaii, como para leer situaciones en este tipo de carreras ya que siempre aportan algo.
La carrera de este 2006 iba a ser el 21 de Octubre. Compartí viaje con Marcel Zamora, con el que hablé un par de veces en Fredericia 2005 y Niza 2006 y al que conocería en este viaje. Quedé con él en Barcelona el viernes 13, dormiría en su casa y el sábado volaríamos hacia Hawaii. El viaje resultaría de lo más accidentado, y a la postre tuvo demasiada importancia en el resultado de mi carrera. Se alargó un día más de lo debido, perdimos el enlace a Los Angeles en Londres y tuvimos que hacer noche allí. Acumulé muy poco sueño, tuvimos que madrugar tres días seguidos para coger los aviones que eran muy pronto por la mañana. El primer día, antes de volar a BCN, dormí apenas 45 minutos entre los nervios, preparativos y cosas que dejé para última hora. En casa de Marcel dormimos un par de horas ya que estuvimos charlando hasta muy tarde. Los aviones para mí son un suplicio, no me caben las piernas y tengo que hacer maravillas para no empotrarme con el asiento anterior. En Los Angeles se retrasó nuestro vuelo debido al terremoto en Hawaii y llegamos muy tarde al aeropuerto de Kona. De todas formas lo peor fue que perdieron nuestras bicis, entre cambios de compañías y de vuelos, no las podían localizar. La mía apareció casi de milagro en el aeropuerto de LA, de la de Marcel no había ni rastro. No me quiero alargar demasiado con las incidencias del viaje, pasamos aventuras para llenar tres páginas, pero para mi fue una pesadilla. Llegamos exhaustos a Kona, en un vuelo que duró 6 horas más la hora y media que tuvimos que esperar en el avión parado en pista, y no nos dieron nada de comer ni de beber. Una pena porque entre otras cosas le restó atención al momento mágico de bajar del avión y pisar por primera vez Hawaii. Aun y todo me acuerdo. El aeropuerto es muy pequeño, no hay edificios sino unas simples chabolas que hacen la función de la terminal. El avión te deja en medio de la pista y hay que ir andando hasta el exterior. Llegamos de noche, hacia las 12. Me acuerdo de la sensación única de sentir ese aire especial nada más salir del avión, cálido y húmedo, instantáneamente la piel comienza a sudar. Recuerdo ver iluminado por la luz naranja de las farolas trozos de desierto y lava, palmeras torcidas por el viento que soplaba con fuerza. Lo primero que me vino a la cabeza fueron serias dudas de si es posible terminar un ironman en esas condiciones. Luego te acostumbras.
Mi primera vuelta por la isla no la olvidaré. Mientras conducía aquel coche automático, instintivamente intentaba embragar y daba frenazos bruscos porque en vez del embrague inexistente pisaba el ancho pedal del freno, trataba de averiguar lo que se escondía tras aquella oscuridad. Trataba de ver el paisaje con el que tantas veces había soñado e imaginaba cómo sería, pero no podía ver más allá de la ancha carretera desierta iluminada por las luces anaranjadas. Lo que percibí aquella noche fueron tres peculiaridades de la isla: la tranquilidad (aunque ya no volvería a ver otro día las calles desiertas a esas horas de la madrugada, allí se vive a un ritmo diferente, mucho más pausado que el nuestro), la oscuridad cerrada de las noches y el clima cálido y húmedo que sientes que te envuelve en todo momento. Llegamos destrozados al apartamento, cenamos algunas cosas que compramos en la única gasolinera abierta y nos dormimos con el sonido de las olas que oíamos romper con fuerza. A la mañana siguiente nos despertaron los rayos de sol que atravesaban el ventanal que daba al jardín. Me encantó despertarme con aquella luminosidad, el curioso canto de los pájaros y el estruendo del mar. Me levanté desorientado pero con ganas de descubrir mi alrededor. Salí descalzo al jardín y pisé la hierba más tupida que he pisado nunca. A 20m de nuestra casa teníamos una playita preciosa abarrotada de Hawaianos cogiendo olas con sus bodyboards. El terremoto parece ser que revolvió el mar y durante una semana hubo unas olas que asustaban. Lo que separaba la playa de nuestro jardín era la carretera del famoso Alii Drive, y ya desde aquel primer instante hasta el día de la carrera era un sinparar de pasar gente entrenando. Tanto corriendo como en bici, del amanecer hasta el anochecer, tanto los grupos de edad como los mejores profesionales, todos recorríamos esa misma carretera. Una curiosidad, mientras la mayoría de los grupos de edad corrían bajo un sol abrasador del mediodía, a más de 35ºC, era al anochecer cuando salían los pros de sus escondites.
Esa primera mañana fuimos a la piscina y allí nos encontramos a Natascha Badman. Por la tarde cuando volvíamos del pueblo vi por primera vez a muchos nombres ilustres trotando por el arcén. Bueno, la verdad es que yo no reconocía a casi nadie y Marcel me decía quien era cada uno. Ahí me di cuenta de que me pasaba algo extraño, porque cuando miraba a la gente no conseguía fijar la atención. Veía a personas pero no podía centrarme en ninguna en concreto. Toda la semana fue rara en ese sentido, la mente no me funcionaba bien, me perdía constantemente y en todo momento le preguntaba a Marcel por qué calle nos teníamos que dirigir. No se lo que pensaría de mí, porque en Kona hay cuatro calles (o carreteras) contadas. No tengo mal sentido de la orientación, pero allí no podía situarme. Sólo me ha pasado algo similar en otra ocasión, el año pasado después de una carrera de distancia C, aquello creo que fue por el cansancio extremo que me dejó una semana descolocado. La situación en la que me encontraba se alejaba bastante de la ideal para afrontarme a una carrera tan exigente. Hace años recuerdo que un amigo me dijo antes de una carrera que se encontraba nervioso y que eso era una buena señal. No comprendí lo que me decía. Por aquel entonces tenía 18 años y solía afrontar con una mentalidad muy negativa las competiciones, con pensamientos que me bloqueaban y disminuían mi rendimiento. Por eso no entendía que los nervios eran positivos cuando yo lo que quería era relajarme y despejar mi mente. Pero con el tiempo he aprendido a competir y he comprendido lo que quería decir. Cuando los días previos a una carrera estoy impaciente, cuando la mente en cualquier instante que se queda a la deriva aprovecha para visualizar los momentos de la competición, entonces se que estoy preparado para dar todo lo que tengo. Para mí es muy importante que hasta la última parte de mi inconsciente esté convencida del esfuerzo al que va a ser sometido, porque de lo contrario a nada que haya una pequeña duda, el cuerpo se rinde con facilidad. Me vienen a la cabeza frases de Mark Allen que antes me sonaban extrañas, frases como “el ironman es una ventana en tu alma, si hay alguna debilidad la ves” que ahora las estoy entendiendo. La semana anterior al ironman de Hawaii, debido al extraño y frustrante comportamiento de mi cabeza, la preparación mental estaba siendo inexistente, ni cuando me despertaba por las mañanas tenía la sensación de haber soñado lo más mínimo con la carrera. Ahora cuando casi ha pasado un mes, lo achaco a la falta de sueño del viaje. La semana posterior a la carrera comencé a recuperarlo durmiendo una media de 12 horas al día.
El primer día a la tarde salí a rodar un poco en bici. El sol pegaba que daba gusto y el viento… ¡qué era aquello! A la ida fui rápido pero notaba que el viento me molestaba y me frenaba bastante, no sabía si lo tenía de frente o qué pasaba. Cuando me di la vuelta no había la más mínima duda, casi no podía avanzar. Ocurre algo extraño, parece que entras en un remolino y que el viento siempre sopla en tu contra. No hay ráfagas, es un muro constante. Los campos de lava me impresionaron, hay veces que parece que baja un río negro enorme de las montañas y te va a llevar por delante. Un contraste precioso ver cómo las lenguas negras descienden y desaparecen bajo un mar de colores azul, verde, turquesas intensos.
Físicamente no me notaba bien, así que rodé despacio, a mi ritmo. No es fácil porque constantemente te pasa gente, incluso mujeres, y a eso no estoy acostumbrado. Esperaba que fuese algo pasajero, pero las malas sensaciones me acompañaron toda la semana. Por cierto, cuidado con los conductores yankees porque a nada que te despistes te llevan por delante. Los primeros y últimos kilómetros por la Alii Drive eran prácticamente un suicidio. La mentalidad de los americanos merece un estudio. Te pasan rozando con sus gigantes todoterrenos, nunca pisarán la línea central para adelantarte con tranquilidad. No les digas nada, son capaces de bajarse del coche y darte una paliza, a punto estuvieron algunos conocidos de recibirla. Si vas en bici al anochecer te dan el sermón de que te puedes matar. Si cruzas la calle por donde no hay un paso de cebra te linchan, o poco menos. Es lo que han aprendido de pequeños de lo que está bien o mal y no les lleves la contraria. En todo lo demás hacen lo que les sale de los cojones. En moto van todos sin casco. Los policías cada uno se compra su coche, les ponen un pirulo azul y a patrullar por ahí. ¿Un Mustang rojo coche de policía? No problem. ¿Un pick-up enorme? Oh yeah.
La noche del primer día, el lunes, le llegó la bici perdida a Marcel. Lo pasó muy mal. El problema no era que llegase tarde, era que no la localizaba y la daban por perdida. Él sentía que toda la preparación, todos esos meses pensando en la carrera, podía irse abajo. Hubo muchas llamadas, muchos mails y mucha tensión hasta que por fin se localizó la maleta. Yo tampoco lo pasé muy bien. En parte creo que me perjudicó haber ido con Marcel, lo que no quiere decir que me arrepienta lo más mínimo de ello. Me alegro de haber compartido viaje con él, es una de esas personas que merece la pena conocer, muy buen tío. Convivir antes de una carrera con una persona que levanta grandes expectativas para hacer algo grande en la misma hacía que desviase parte de mi atención hacia él. Entre tantas entrevistas con la prensa, llamadas de la gente, mensajes y comentarios que recibía, muchas veces pensaba más en su carrera que en la mía propia.
El segundo día fuimos a recoger los dorsales. Empezaríamos a sentir el trato del los voluntarios que es de lo mejor de la carrera. Te tratan con un cariño especial. Para recoger los dorsales pasas por unos puestos donde anotan algunos datos, te pesan, luego entras en una gran sala llena de gente y esperas hasta que llegue tu turno. Un voluntario te entrega la bolsa pre-competición y te explica uno a uno los detalles de lo que es cada cosa y lo que tienes que hacer antes y en la carrera.
Después nos fuimos a la feria. Con todo mi desbarajuste mental no me enteré de muchas cosas ni vi a las figuras que había por allí. Los únicos fueron Mark Allen y Faris Al-Sultan a los que Marcel conocía y estuvo hablando un rato con ellos. Antes de pasar por allí habíamos estado nadando en una playa preciosa. Qué sorpresa cuando nada más entrar me topé con una tortuga. Así es aquello, hay que andar con cuidado porque sino tropiezas con tortugas de un metro. Nadar con ellas es toda una experiencia, como lo es acariciar alguno de los miles de peces exóticos que hay en el fondo submarino.
Más tarde fuimos a rodar en bici, unas tres horas, y me di cuenta de tres cosas: una, el circuito no es nada llano, son constantes ondulaciones arriba y abajo, un recorrido de fuerza de los que me gustan (la verdad es que casi todos los circuitos de bici me gustan). Dos, el sol pegaba tan fuerte que atravesaba la crema protectora y te quemaba la piel. Tres, seguía sin encontrar buenas sensaciones.
Toda la semana transcurrió de un modo similar. Nos levantábamos pronto, nos acostábamos pronto, entrenábamos un poco y por lo demás intentábamos estar tranquilos. Un anochecer en el parking de una playa nos topamos con Wendy Ingraham, estaba montada en una Vespa y dudamos un buen rato de si era ella o no hasta que nos saludó. Otro día corriendo nos cruzamos con Desiree Ficker, pedazo de rubia y por cierto muy simpática.
La víspera de la carrera, cuando hay que dejar las bolsas y la bicicleta en boxes, es otro de los momentos especiales. Los representantes de las marcas más importantes están allí, reconociendo atletas que corren con su material y repartiendo entre ellos camisetas, gorras y más cosas. En el pasillo de entrada, mientras te inspeccionan el material y te colocan la pegatina IM de aprobado, vas oyendo cómo enumeran las distintas partes de tu bicicleta a medida que avanzas. Cuadro, sillín, ruedas, sistemas de medición… todo queda registrado y formará parte de estadísticas de revistas especializadas. Cuando terminas de avanzar por el pasillo, a la misma entrada de boxes, te espera un voluntario que te guía personalmente hasta la plaza que corresponde a tu bici y a las dos carpas donde colgar las bolsas, la de las cosas necesarias para el parcial ciclista y la de correr. Desde el momento que pisé aquella alfombra verde, sabía que estaba siendo parte de lo que hasta el año previo podía ver en fotos, videos y soñaba con vivirlo en alguna ocasión.
Para mí la semana anterior a una carrera importante es la peor de todas. No se puede ganar nada, lo único que puedes hacer es cagarla. Si entrenas demasiado porque llegas cansado (en carreras más cortas eso realmente no importa mucho) y si descansas demasiado es todavía peor. A mí por lo menos eso me pasa, si descanso más de lo debido me encuentro pesado, torpe y sin fuerza el día de la carrera. Lo que mejor me funciona es bajar el volumen dos semanas antes, descansar bien, y la semana previa a la carrera volver a entrenar fuerte. Lo sabía y lo he vuelto a comprobar. La semana previa a Niza, el martes, había hecho 40 series de 400m en la pista de atletismo, a 1´25” descansando 30 segundos. Dos días antes nadé 3000m e hice tres horas de bici. La víspera 2h de bici y 30’ de carrera. El día de la carrera me encontré muy bien. Pero en Hawaii, sintiéndome como me sentía, agotado del viaje, ¿qué podía hacer? Si entrenaba poco con mucha probabilidad no iba a encontrar un buen día en la carrera, pero si entrenaba lo que tenía planificado lo único que haría sería aumentar mi fatiga. Además Marcel y los otros con los que hablaba, Eneko, Pontano… la semana previa apenas entrenan. Con la experiencia y los resultados que obtienen dudaba lo de lo que tenía que hacer. Pero cada uno es un mundo. Aun y todo creo que hice lo correcto dada la situación, descansar, aunque no lo ideal. Intentaba pensar que había entenado bien, mejor que nunca, intentaba repasar los días mágicos que había tenido entrenado, pero entre otros muchos, tengo un defecto, tengo muy mala memoria. Si bajo el ritmo de los entrenamientos un par de días, aunque esté entrenando como un salvaje, pienso, siento, que no estoy entrenando. En el caso de Hawaii tres semanas antes me empezó una tendinitis en el pie, una semana de tratamiento con el fisioterapeuta, después una infiltración de corticoides, total estuve dos semanas sin correr. La semana de descarga (suerte que me coincidía con el reposo obligado por la infiltración) antes de coger el avión más la semana de Hawaii… tenía la sensación de que llevaba meses sin entrenar. Intentaba rememorar los entrenamientos como aquel día que nadé 4000m, hice 225km de bici y 15km de carrera, o el día de los 300km, o de cuando corrí 3h10’ a la mañana cuya parte central fue una carrera de 10km en 34’59” y a la tarde hice 1h30’ de bici y otros 30’ de carrera. Pero no me convencía del todo. Y así llego el día de la carrera.
Dormí bien, demasiado bien. Aun y todo pude darme cuenta durante la noche que había estado lloviendo a gusto. Cuando nos despertamos a las cuatro lo primero que hice fue salir al jardín y comprobar que el cielo volvía a estar despejado y que ya desde aquel instante el calor nos acompañaría durante el largo día. Llegamos pronto al lugar de la salida, nos marcaron brazos y piernas con nuestros números y fuimos a entregar las bolsas de comida para que nos las entregaran durante el recorrido. El gentío en boxes era impresionante. El lugar es muy justo para que quepamos 1700 personas, hinchando las ruedas y haciendo los últimos preparativos. Me escapé de allí y me senté en un lugar tranquilo cerca de la playa, intentado centrarme en lo que tenía por delante. Todavía no había amanecido pero poco a poco la noche se iba haciendo menos cerrada. En todo momento se escuchaba por megafonía la inconfundible voz de locutor más famoso del ironman con el sonido de los tambores hawaiianos al fondo. Media hora antes del inicio de la prueba bajé a la playa, la famosa Dig Me Beach. Allí estaban todavía algunos pros, cuya carrera comenzaba 15 minutos antes que la nuestra, entre ellos Normann Stadler apartado en una esquina cantando el Thunderstruck de ACDC que sonaba por los altavoces. Me encontré con Marcel y nos deseamos suerte.
Mientras esperaba el momento de entrar al agua apareció Dick Hoyt con su hijo tetraplégico, o más bien vegetal, en brazos y su barca hinchable. Es increíble que se pueda hacer la carrera tirando de una barca, llevando semejante peso extra en bici y correr empujando una silla de ruedas. Por cierto, al tío le han hecho una bicicleta especial los de Cannondale que debe ser la marca de los desamparados. Sarah Reinertsen, la chica que terminó el ironman 2005 con una pierna ortopédica, es una superestrella de la firma. Escuché el himno americano desde el agua y acto seguido el cañonazo que daba la salida a los profesionales. Ya se sabe que en Estados Unidos sin su himno no se celebra nada, sea la final de la Superbowl o un campeonato del mundo con representación de varias decenas de naciones, todos tenemos que escuchar lo que se supone que es el símbolo de una grandeza y justicia superior. Volviendo al tema, allí estaba en el agua 25 minutos antes de la salida que, sumando al tiempo que tardaría en cubrir la distancia, resultaría una hora y media. Suerte que la temperatura del agua es agradable. Pero si se quiere conseguir una buena posición en la salida entre los 1500 participantes de grupos de edad es lo que hay que hacer. Otro momento mágico; estar en la primera línea de salida, con los jueces sobre tablas de surf rozándote la cabeza deslizándose adelante y atrás intentando mantener la formación. Mirar atrás, a los lados y ver tanta gente. La megafonía, los ritmos hawaiianos, el todoterreno Ford flotando sobre la plataforma hinchable, la publicidad, el entorno, toda la energía que se percibía, y sentirte parte de algo especial.
Con el cañonazo comienza la batalla. La natación más complicada que he hecho nunca, golpes sin cesar, gente que te encierra por los lados, por detrás se te echan encima, el de delante bate los pies en tu cara (la persona que describió que es como sentirte dentro de una lavadora en marcha lo acertó de lleno), es imposible encontrar tu sitio. Lo que en un triatlón normal dura 100m allí, en mi caso, fueron 700 hasta encontrar un hueco donde poder respirar y relajarme un mínimo, aunque nunca dejas de recibir golpes. La verdad es que la natación se me hizo larga, el catamarán donde se gira parecía no llegar. Dos días antes había hecho el circuito y tardé 10 minutos más en volver que en ir. No era tan fuerte la corriente el día de la carrera pero se hizo notar. De todas formas nadé bastante a gusto, sin traje de neopreno disfruto más… hasta que al salir del agua miré el reloj: 1h03’¿¡!!? Primer susto del día. Luego resultó que no nadé tan mal, los primeros tardarían 5 minutos más de lo normal. Una transición rápida y a la bici a rodar como un poseso. Los primeros kilómetros son bonitos, ideales para remontar algunos puestos. Se hace un pequeño bucle por el pueblo, con un par de kilómetros en la Kuakini highway que pica constantemente para arriba. En los 5 primeros Km. pasaría cerca de 100 personas. Al salir de Kona, coronando Palani Road, justo al tomar la Queen Kaahumanu highway, la Queen K, se me salió la cadena cuando cambiaba de plato pequeño al grande. No acertaba a meterlo con el desviador, perdía inercia y justo cuando me tenía que parar una mano amiga de otro triatleta me ayudó. La cadena ser resistía a entrar en sus sitio y el tío me seguía empujando, no 10 metros, ni 20, sino unos 200. Me estaba poniendo nervioso, más que nada por él que estaba perdiendo tiempo por ayudarme hasta que finalmente entró. Mil gracias. Yo no hubiese hecho lo mismo por otro, un empujón y se acabo. Que egoísta ¿verdad?

A partir del Km. 15 las cosas se estabilizaron. Me di cuenta de que en Hawaii es imposible rodar sólo y automáticamente me encontré en un grupo de unas 20 personas. Una cosa, allí nadie va a rueda, los jueces son tan estrictos que el que lo haga con toda seguridad no llegará a meta. Se ven grupos, hay un momento que en vez de grupos es una hilera constante de gente, pero se respetan los 7 metros que hay que guardar respecto a la persona que te precede. Lo que no me gustó en absoluto fue la regla de los 20 segundos para realizar un adelantamiento. Implica que tienes que aumentar considerablemente tu ritmo cuando quieres pasar a alguien y al ir remontando posiciones se convierte en un suplicio. Eso sumado a que cuando alguien te adelanta tienes que dejar de pedalear para guardar la distancia, entonces te pasa otro y otro y otro… Así anduve todo el rato, encabezando el grupo por momentos e instante después a cola. A la ida disfruté con el recorrido aunque no iba muy cómodo, la primera mitad trascurre por los campos de lava, con constante toboganes. En la segunda parte el paisaje es más herboso, se ven árboles y hay algunas subidas mantenidas donde incluso hay que quitar el plato. Si a esto se le añade el viento en contra y calor la cosa se endurece bastante.
El punto clave del día para mí fue el punto de giro en Hawi. Empezó a juntarse bastante tráfico, estábamos cogiendo a algunos pros rezagados, un par de grupos de los primeros grupos de edad y el gran pelotón de las primeras chicas profesionales. En ese punto es donde nos tenían que entregar nuestra bolsa de comida, la que habíamos entregado antes de la salida, pero entre tanto caos la mía no apareció. Se vio de todo, gente que daba la vuelta y circulaba en dirección contraria, gritos, insultos… y yo sin los alimentos a los que mi cuerpo está acostumbrado. La verdad es que no me puse nada nervioso, me limité a pedalear aprovechado el terreno descendente y el viento que soplaba a favor para mover el 55x11 que llevaba. Decisión acertada la del desarrollo porque en seguida descolgué al grupo, les faltaba desarrollo para poder rodar tan rápido. Me empezaba a sentir cómodo cuando justo al entrar en la Queen K y los campos de lava me encontré con el gran tapón. Un grupo enorme, donde rodaban las primeras mujeres y tres jueces en sus respectivas motos, hacía imposible seguir avanzando. Lo intenté pero enseguida un juez me empezó a gritar, estaba circulando demasiado tiempo por la izquierda y me iba a sancionar. ¿Qué se puede hacer cuando rueda un grupo de unas 50 personas manteniendo entre ellos las distancias al límite de la legalidad? Si dos personas van a 7 metros una de la otra en cuanto te metas entre ellas automáticamente estás a menos distancia de la legal. Los jueces son inflexibles y sabes que te van a sancionar. Vi bastantes tarjetas por dicha razón. Realmente la única opción que tenía era rodar tras el grupo, que iba tan despacio. Sin exagerar, parecía un atasco en la autopista., hubo varios momentos en los que teníamos que frenar porque nos comíamos al de adelante, y otros muchos ratos sin pedalear. Poco a poco llegaba gente a la que había pasado kilómetros atrás, es muy frustrante. Intenté tranquilizarme, comer lo que todavía me quedaba en los bolsillos y bebiendo lo que me dieran en los avituallamientos, preferiblemente agua, hasta que en una ocasión lo único que acerté a coger fue una botella de Gatorade. No se por qué fue, porque no estoy acostumbrado a esa bebida o porque estaba demasiado fría, helada. O por las dos razones. Lo cierto es que en cuanto lo probé noté que había tragado una bomba para mí estómago. Aquí termino mi carrera. RIP. Requiem in pacem.
Me invadían pensamientos negativos, amargado por ir tan despacio detrás de aquel grupo, pensando en que no podría correr con semejante dolor de estomago. Dejé de comer, bebía lo justo para ver si mejoraba. A la vuelta perdí 10 minutos respecto al ritmo que llevaba a la ida, a pesar del terreno favorable. Hice 4h54’, rodamos rápido, pero hubiese podido hacer mucho mejor tiempo. Por cierto, ya que últimamente se discuten las mediciones de los circuitos, el de Hawaii tiene 182.5km. Hice una media de 242W, en la primera mitad 265W y en la segunda 220 con los 50km finales por debajo de 200. Así llegué a boxes a correr la segunda maratón de mi vida. Nada más dejar la bici y mientras corría por la alfombra que rodea los boxes para llegar a la tienda de transición me dio un calambre en el estómago y supe que no podría correr. Me puse las zapatillas y comencé suave, pero tenía metido en la cabeza que me pararía y me paré. Más o menos en el Km. 6. Cuando las cosas van bien todas las dificultades se superan, pero cuando no los pensamientos negativos te inundan y es fácil rendirse. Yo me rendí. Ahora pienso que quizás hubiese podido seguir, ignorar el dolor, superar aquel momento. Hay veces que si aguantas esos malos ratos de repente todo cambia radicalmente y te encuentras de maravilla. Creo que menosprecié la distancia. En Niza fui con temor todo el rato, tenía mucho respeto por la carrera. En Hawaii, en cambio, entrené tanto, me encontraba tan bien que creía que iba a ser fácil. No es así, hay que estar dispuesto a morir si hace falta. Esa idea tiene que estar bien metida en el subconsciente. Eso sí, me rendí porque no quería seguir sufriendo más, pero en ningún momento pensé en retirarme. Me lo tomé con otra filosofía. Y por momentos incluso me lo pasé bien. Al pasar por delante de nuestra casa me metí en el jardín y me di una buena ducha con la manguera que teníamos allí. Unos hawaiianos que estaban viendo la carrera me ofrecieron un coco con una pajita y tomé un sorbo. Llegando otra vez al pueblo, mientras caminaba, escuche la voz de una mujer que me preguntaba qué me pasaba. Era Wendy Ingraham, que también iba caminando. Me dijo que no había entrenado, que decidió ese martes que participaría. Fuimos hablando un rato y apareció Lori Bowden. Tampoco era su día. Me uní a ellas y fuimos trotando tranquilamente. Los primeros 15km son ida y vuelta por Alii Drive, se vuelve a pasar cerca de meta, subes Palani Road y entras en la Queen K dirección al aeropuerto y la Energy Lab. Al pasar por el pueblo, con los ánimos de la gente, volví a correr otra vez. Les dije adiós a mis dos acompañantes y me fui para adelante. No aguantaría mucho. Llevaba tiempo sin comer, sin beber y comencé a sentir hambre, un vacío terrible en el estómago, junto con frió y escalofríos en la piel. Estaba deshidratado y con gran necesidad de comer. Me paré en un avituallamiento sobre el Km. 16, encontré un paquete de galletas saladas que sería de algún voluntario y una botella de agua de 1’5 litros o algo similar porque con el lío de los galones es imposible saberlo. Me limité a caminar hasta el siguiente avituallamiento mientras bebía y tragaba las galletas. Fue cuando me crucé con los primeros. Escuché por megafonía que Stadler llevaba dos minutos a McCormack. Cuando le vi iba tan despacio que pensé que le pillaba seguro. Pero cuando me crucé con Maca tuve serías dudas de si sería capaz de hacer esos 3 Km. finales, se había vaciado completamente. Animé a Eneko, que grande, a Pontano que decía que iba muerto y a Marcel, no tenía muy buena cara. Me volvieron a pasar Ingraham y Bowden, me tomaron un poco el pelo y les dije que les adelantaría otra vez dentro de poco. En el siguiente avituallamiento tomé un gran puñado de Fig Newtons y continué caminando hasta que me di cuenta que me encontraba mejor. Comencé a trotar y al entrar en la Energy Lab, esa sauna que comienza en el Km. 27, 2 Km. de ida en bajada y otros dos de vuelta en subida, volví a correr. Me encontraba bien y por primera vez en toda la maratón adelantaba a gente, no a uno, ni a dos, sino a decenas, calculo que pasé a unos 300. Hice esos últimos 15km en 1h07’, ya podía haber ido a ese ritmo toda la carrera. A mis amigas las pasé al salir de la Energy Lab. Corriendo por el arcén de aquella ancha carretera abierta al tráfico, por donde algunos todavía seguían pedaleando para terminar su parcial ciclista, llegué al pueblo, al paseo por la orilla del mar y al pasillo final abarrotado de público que conducía a meta.
No me acuerdo muy bien de lo que sentí, una mezcla de tristeza por no haber dado lo mejor de mí y la alegría de terminar esa carrera mítica. Vi la pantalla gigante de meta, me vi a mi mismo y me acordé de las noches que pasaba cada año siguiendo esta carrera por el ordenador, y sentí la cercanía de los familiares, amigos, que me estaban viendo en ese momento cruzar la línea de meta. Por un momento sentí que estaba con ellos.
Tras la carrera estuve hablando con la gente, devorando trozos de pizza, helados a pares… pero realmente estaba triste. Había hecho 9h53’ con una maratón en la que sólo corrí los últimos 15km. No quiero hacer suposiciones de lo que hubiese hecho teniendo un buen día, pero sé que era capaz de hacer algo grande. Creo que me precipité en la decisión de ir a Hawaii, me faltaba experiencia. Pero he aprendido mucho, muchísimo más que de cualquier otra carrera y sobretodo que de Niza. Hawaii es una carrera que, por su historia y por todo lo que significa, todo triatleta debería vivir una vez en la vida. Pero no es una carrera bonita para correr, no la correría todos los años aun teniendo la oportunidad de hacerlo. Hay gente que critica el recorrido, dicen que es feo. A mí me gustó, Hawaii es así y punto. Lo que no me gustó fue el estrés de la carrera, en ningún momento vas sólo, es difícil hacer tu carrera y escucharte a ti mismo. Se aleja mucho de la esencia de las carreras de larga distancia, de esa soledad del corredor de fondo.
De todas formas tiene momentos muy emotivos. Después de ir a casa, de ducharnos, de comer una gran hamburguesa en un restaurante, volvimos a meta para ver llegar a los últimos, esos que horas antes habíamos visto desaparecer en la oscuridad camino al aeropuerto, en su lucha por completar el recorrido antes de medianoche. Fue uno de los momentos más bonitos y emocionantes. Así termino aquel día, un día en el que tantas historias surgirían en cada uno de los 1700 participantes, algunas alegres, otras tristes, la mayoría una mezcla de las dos. Ya conocéis parte de la mía, la culminación no del todo satisfactoria. Pero mi historia la forman todos esos meses en los que he disfrutado más que nunca del deporte, de la evolución de mi cuerpo y de cómo he sido capaz de realizar cosas que hasta ahora eran impensables. He disfrutado de muchos momentos entrenando, de unos paisajes preciosos, de unos amaneceres inolvidables, y de muchas amistades que me han acompañado en el camino. La carrera me derrotó, pero ahora soy mucho más fuerte.

Egoitz Zalakain

2006/11/28

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